Lo supe, siempre lo supe. Cuando tenía cinco o seis años ya estaba prestando atención a los bailarines masculinos y nunca a la bailarina principal medio desnuda, Iris Chacon, durante su programa de televisión que se transmitía en la televisión todos los domingos por la noche. Mi padre era dueño y dirigente de un equipo de béisbol y a veces yo iba con él a los entrenamientos y los partidos, pero claro, yo iba a ver a los jugadores, nunca a ver el partido. No podría importarme menos el juego. Aunque nadie sabía , yo vivía aterrorizado por la posibilidad de que alguien pudiera adivinar mi secreto.
De los 11 a los 13 años de edad fui abusado sexualmente por un niño mayor que yo quien era hijo de un amigo de mi padre. Esto no me hizo gay, no, esto solo convirtió lo que ya sabía que era una atracción en un acto físico y sexual. Yo buscaba una relación romántica y el solo quería usarme. Siempre me preguntaba por qué él no mostraba nada de amor mientras yo vivía enamorado de él. Por años sufrí con la esperanza de que él correspondiera mis sentimientos por el.
A los 16 años me encontré con una religión que convirtió mi odio por mi “situación especial” en un odio por mi mismo. La vergüenza, la culpa y el odio interno eran el menú que se servía a diario en mi mesa. Siguiendo la religión mormona, fui en una misión, donde servir y vivir entre otros hombres jóvenes trajo muchos desafíos nuevos, pero pude lograr soportar los dos años sin problema alguno. Siguiendo las enseñanzas de la fe, me casé a los 24 años. Mi novia sabía de mi atracción y con la poca información que ambos teníamos sobre el tema, nos embarcamos en el viaje más difícil; enfrentando una tormenta sin siquiera estar equipado con una brújula. Logramos navegar a través de las dificultades de una relación de orientación mixta, o “mixed orientation marriage”(M.O.M.) como se le llama en inglés, sin nada más que nuestra amistad para mantenernos unidos. Tuvimos dos hermosos hijos, que hasta el día de hoy son el centro de nuestros mundos. Más vergüenza y culpa continuaron carcomiendo nuestra relación, dañando nuestra amistad. Ella se dio cuenta de la realidad y ella le dio cara a la situación mucho antes que yo. Decidió que solo había una forma de encontrar la verdadera felicidad y era siguiendo el camino de ser fiel a quien yo era. Ademas también ella necesitaba seguir su propio camino y cuidarse a sí misma. Fue entonces, después de doce años de matrimonio, que me convenció de ir por caminos separados. Durante mucho tiempo viví enojado y sentí que ella me engañó para separarnos, pero luego entendí lo que había hecho entonces, y ahora estoy eternamente agradecido por su valentía y coraje para dar ese primer paso del que siempre fui demasiado cobarde para tomar. No conocía la vida hermosa, la paz, la alegría que me esperaba al otro lado del “velo”. El velo que me mantenía dentro de un lugar muy destructivo. Un lugar tan dañino y oscuro que me llevó a caminar por la estrecha línea del suicidio. La baja autoestima y la confusión tienen una horrible para alguien que está tratando de criar a una joven familia.
Recuerdo la noche, después de que terminara nuestro matrimonio, cuando ocurrió mi primer encuentro sexual con una persona del mismo sexo y los horribles sentimientos de culpabilidad y odio que sentí hacia mí misma. Pensé: seguro que me iré al infierno. Luego de llegar a mi casa fui a mirar las estrellas y contemplar cómo sería mi vida a partir de ese momento, ahora que iría al infierno. Cuando de repente me abrazó el sentimiento más pacífico; junto con fuertes sensaciones de amor y aceptación. Esto no es lo que me habían enseñado, o peor aún, lo que yo enseñé durante dos años mientras estaba en mi misión religiosa. Estos sentimientos eran exactamente lo contrario de lo que se “suponía que debía sentir” cuando había cometido un pecado; que me enseñaron era solo superado por el de cometer un asesinato. Fue esta la primera vez que dudé de la veracidad de mi religión. Durante los siguientes diez años traté de encontrarle sentido a mi verdad. La persona que sabía quién era y que sabía había venido a este mundo como un hombre gay y no había nada malo con eso. Traté de darle sentido a mi realidad en paralelo con “la verdad” que mi religión alegaba eran las palabras de la boca de Dios. ¿Cómo es posible que un Dios que me envió a este mundo exactamente de la forma que soy, esté diciéndome que mi sexualidad estaba mal? ¿No es Dios perfecto? ¿Por qué me enviaría junto con millones a este mundo como bienes dañados? Era imposible poner mi verdad en el mismo plano de lo que enseñaba mi religión. Ahora conozco mi verdad; por lo tanto, también sé lo que no es cierto y no se aplica a mí.
Durante el último año y medio he estado casado con el hombre más maravilloso a quien mis hijos adoran, al igual que mi anterior cónyuge y mi familia. De ninguna manera la vida es perfecta, pero la paz interior, el amor y la aceptación son ahora lo que a diario se sirve en mi mesa.
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